Pequeños Horrores
“ He tenido
un día terrible. Lo decimos constantemente. Una discusión con el jefe, una
ganstroenteritis, un atasco... Decimos que ha sido terrible cuando no ha pasado
nada terrible.
Hay cosas que nos destrozan: una endodoncia,
una auditoría de hacienda, que nos tiren café a la ropa..., pero cuando pasa
algo realmente terrible, le rogamos a un Dios en el que no creemos que nos
devuelva los pequeños horrores y se lleve este"
Esta
reflexión la extraje de la serie “Anatomía
de Grey”, en uno de los incontables zapping que acostumbramos a hacer cuando
nos sentamos frente a la tele sin nada concreto para ver. He de reconocer que
gracias a ese zapping, di con ella.
Mi reacción
fue la de quedarme callada con la mirada fija en la tele pero sin ver ninguna
imagen, repitiéndome a mí misma…. ¡que razón tiene!
Nos quejamos
de tantos “horrores banales”…taaantos….que si se midieran por monedas de euros,
nos echaríamos las manos a la cabeza al comprobar todo lo que malgastamos. Y
aunque las monedas de euro son importantes, pasamos por alto que el tiempo, nuestro tiempo, lo es más,
muchísimo más.
¿Porque…..qué
valor tiene un billete de 50Euros en la
cartera de un difunto? NADA.
Si no
disponemos de tiempo….todo lo de alrededor pierde valor.
Pero aún así, tendemos a malgastar ese preciado tiempo con
pequeños horrores que en realidad no lo son. Esos pequeños horrores que al momento hacen que un calor
desmesurado recorra nuestro cuerpo. ¿Pero….que ocurre cuando realmente aparece
un horror de verdad? Un horror que inmediatamente eclipsa al resto. Un escalofrió
helado embarga nuestro cuerpo y nuestros ojos se convierten del tamaño de
cualquiera de los personajes de Tim Burton, porque no dan crédito a lo que está
sucediendo. Y es entonces cuando añoramos los anteriores “horrorcillos” de los que tanto
nos quejábamos. Nos damos cuenta de que realmente acabamos de conocer al HORROR
en su estado más natural. Sentimos que hasta este momento habíamos tenido la
felicidad en las manos sin valorarla. Y desde ese preciso momento, todo cambia.
Hay que ver
lo temerarios que podemos llegar a ser retando al verdadero horror, pero lo más
grave es ver lo manirrotas que somos con el tiempo….como si cada uno supiéramos
de cuanto disponemos. Sin ni siquiera pensar que a la vuelta de la esquina
puede acabar. Y es así…… no sabemos donde ni cuando se parara nuestro marcador.
Procuremos tenerlo en cuenta cada vez que estamos malgastando nuestro tiempo
con banalidades…
Este cuento
de uno de mis autores por excelencia, nos muestra el valor del tiempo y de
saber disfrutarlo….
APROVECHA EL
TIEMPO
Imagínate que
existe un banco que cada mañana acredita en tu cuenta la nada despreciable suma
de 86.400 euros. Ni uno más ni uno menos. 86.400 euros diarios para ti, sin
pedir explicaciones ni rendir cuentas. 86.400 euros, tuyos y sin impuestos.
Imagínate
que la única restricción de la cuenta que te ha sido asignada es que por una
incapacidad del sistema o una decisión del donante, la cuenta no mantiene los
saldos de un día para otro.
Cada noche al dar las doce, como el carruaje
de Cenicienta vuelve a convertirse en una calabaza, la cuenta elimina
automáticamente cualquier cantidad que haya quedado como saldo. Y lo peor,
también se desvanece cada euro retirado que no hayas gastado durante el día.
Si algo de saldo se ha perdido, te queda el
consuelo de que al día siguiente tendrás frescos y nuevos 86.400 para gastar;
aunque no puedes confiarte demasiado ya que nadie sabe decirte cuánto durará
este regalo.
¿Qué actitud vas a tomar?…
Seguramente retirar hasta el último euro y
disfrutarlo con quien decidas, claro.
—Cada uno de nosotros —le dije a Ricardo—
tiene esa cuenta y tiene ese regalo.
Cada mañana el banco del tiempo te acredita a
tu disposición 86.400 segundos, ni uno más ni uno menos, y cada noche, el banco
borra el saldo y lo manda a pérdida.
El
banco no permite cheques posdatados ni admite sobregiros.
Si no usas tus depósitos del día, la pérdida
es tuya.
—Es
tu responsabilidad —le dije a Ricardo— invertir cada segundo de tu tiempo para
conseguir lo mejor para ti y para los que amas.
Ricardo, que se definía como un hombre muy
creyente y un cristiano practicante, me dijo al final de esa sesión, con la
cara que ponen los pacientes cuando se dan cuenta de algo:
—Yo nunca había entendido el Padrenuestro
hasta hoy.
No entendía de qué me estaba hablando. ¿Qué
tendría que ver la sagrada oración con mis alocadas ideas acerca de la salud
mental?
Entonces Ricardo me explicó:
—Cada
mañana, cuando rezo, le pido a Dios en el Padrenuestro «… danos hoy nuestro pan
de cada día…». Y ahora entiendo algo que nunca había notado: le pido a Dios que
me dé «hoy» el de hoy.
No quiero hoy
el de ayer, que quizás esté rancio y duro. No quiero hoy el de mañana, que
seguramente no esté horneado… Quiero hoy el de hoy… ¡Qué bueno!
Le agradecí mucho a Ricardo su enseñanza de
ese día, se lo sigo agradeciendo hoy. Creyente o no, cristiano, judío, musulmán
o ateo, el próximo paso nos involucra a todos. Consiste en animarnos a vivir el
día de hoy sin reproches ni postergaciones. Animarnos a vivir cada segundo que
aparece, como un regalo en nuestra cuenta, cada día, en el banco del tiempo.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio